El orgullo te hará sentir más fuerte, pero jamás te hará sentir más feliz. La soberbia y el orgullo son arrogantes, porque pasan a ser una trampa, la soberbia te abre la puerta, te deja entrar y el orgullo no te deja salir. Un ser humano soberbio, pretende ocupar el lugar del Todopoderoso, cree que es capaz de resolverlo todo y cada uno de los problemas tan solo con su criterio.
Los conceptos de orgullo, soberbia y vanidad van de la mano, y lo cierto es que en mayor o menor medida, cualquier persona y me incluyo yo mismo, se ha dejado llevar por este fantasma emocional en algún momento de su vida. Dentro del ser humano se producen dos desdoblamientos, la lucha entre el alma y el ego. El alma te conecta con Dios, con la vitalidad, con la humanidad…. Por el contrario, la soberbia y la vanidad conducen al ser, al deseo de sobresalir por encima de los demás, a la rivalidad…me pregunto. ¿Qué hacer entonces?.
C.S. Lewis (Gran crítico literario y novelista), manifestó. “Un hombre orgulloso siempre está menospreciando las cosas y las personas; y, por supuesto mientras mires hacia abajo, no puedes ver algo que está por encima de ti”.
La soberbia es la causa más importante de la increencia y la más difícil de erradicar. El diablo, que no puede negar la existencia de Dios, le odia, precisamente porque Dios es Dios y él no. Santa Teresa decía que la humildad es el antídoto a los tres pecados de vanidad, orgullo y soberbia. “La humildad es vivir en la verdad”. El que vive en ello, sabe su auténtica valía, reconoce que está en deuda con mucha gente que le ha ayudado a alcanzarla.
Quizá el defecto sustancial de la soberbia se encuentre en su falta absoluta de prudencia. El soberbio rechaza la prudencia, mientras que el humilde la tiene en alta estima. Una valoración excesiva y desordenada del valor de uno mismo. Implica, por tanto, un desprecio mayúsculo al resto de la gente. Sus sinónimos ayuda a entenderla: orgullo, arrogancia, vanidad, engreimiento, presunción, etc. etc. Todo llevado a un nivel extremo, que se contrapone con lo opuesto: humanidad, modestia, timidez, docilidad. etc. etc.
Las consecuencias del orgullo, son dañinas, a veces irreparables en nuestras relaciones, incluida la que mantenemos con nosotros mismos. ¿Cuántos amigos se han distanciado a causa del orgullo? ¿Cuántos padres, hijos o hermanos se han pasado temporadas sin hablar para mantener su posición?. Todo ello en aras de sentirnos validados, de solidificar nuestra posición, de asentar nuestro criterio. En este escenario el orgullo se convierte en el estandarte de la rigidez y la inflexibilidad. Y terminaré diciendo que los soberbios son ciegos y los ciegos no saben por dónde van ni a dónde se dirigen. Según “San Agustín” (La soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano).
Pere Serret Besa